Es duro volver a la rutina después de unas maravillosas (y muy breves) vacaciones... Cuando empezaba a acostumbrarme a no madrugar en absoluto, el penetrante sonido de "chicharra" (mi despertador) me recordó que no todo es ocio, desgraciadamente. Aunque no dejo de pensar en cómo me aburriría si no tuviera otra cosa que hacer que estar tumbada en la orilla del mar o al borde de una piscina, por lo menos ahora, dentro de unos años quizás no piense igual.
Lo mejor de las vacaciones es que siempre hay una partida de scrabble que jugar, un libro que leer, una población que visitar, un paisaje que descubrir... La diversión es inagotable (en todas sus versiones)!! Es cierto que mi concepto de lo divertido ha variado un poco con los años y que mis vacaciones se han acortado mucho. Recuerdo cuando salía del cole el último día de clase con tres meses bajo el brazo para disponer de ellos a mi antojo: la vastedad del mundo aún por descubrir se abría ante mí. Noches en las que podía estar hasta tarde jugando en la calle, días que pasaba corriendo de acá para allá, subiendo a los olivos que se convertían en inexpugnables fortalezas medievales o barcos llenos de piratas ávidos de tesoros, según el día. Cuando el campo de avena era el mar más azul que hubieses visto nunca o el desierto más árido o el bosque más mágico, oscuro y aterrador. Y el constante olor a verano, siempre presente. Esa mezcla de protector solar, arena, ganado, hierba, lavanda, tierra mojada tras la tormenta, salitre y sudor limpio, todos mis veranos olían así en un momento u otro, con lo que mi memoria agrupó todos esos aromas en uno sólo. No te preocupaba volver, tan intensamente vivías el momento que no pensabas en lo que vendría después. Por otro lado, era algo que llegaba de forma natural junto con la caida de las hojas: el principio del otoño. Sabías que estaba cerca cuando tenías que empezar a poner una colcha sobre la sábana, cuando aún no hacía frío pero empezabas a dejar de sentir el calor y llegaba el momento de visitar las papelerías y hacerme con un surtido de nuevos bolígrafos, cuadernos, libros, carpetas, algo que me fascinaba.
Ahora lo veo todo de distinta manera, desde otra perspectiva. Sin embargo, el verano sigue teniendo el mismo olor y el mismo gusto: el sabor de estar comiéndote la vida a bocados.