Cuando abrió las cortinas la claridad le hizo parpadear. Ya era invierno, pero hoy disfrutaban de uno de esos fríos y despejados días que la estación regalaba de vez en cuando. “Sol de invierno”, pensó, y añadió en voz alta: “el sol de invierno es peligroso, da dolor de cabeza”. Escuchar las palabras salir de sus labios le hizo esbozar una media sonrisa, era algo que su padre le solía decir cuando era pequeña mientras le colocaba un gorro de lana en la cabeza. Cogió un cigarro de la lata que guardaba en la nevera y empezó a fumarlo mientras se hacía el café. Nunca fumaba tan temprano, pero hoy lo necesitaba.
El sol no encajaba en su estado de ánimo, quería nubes, viento, lluvia... Un verdadero día de invierno en el que lo único que apetecía era quedarse en la cama, acurrucada entre las sábanas. Así tendría una excusa para vaguear. Cogió la taza de café y se sentó a la mesa de la cocina. El silencio le gustaba. Antes o después tendría que empezar a trabajar, al menos ella era afortunada y podía hacerlo desde casa: no tenía un horario que seguir y distribuía su tiempo como consideraba. Tenía tres artículos que presentar esa semana y si bien dos de ellos no iban nada mal encaminados el tercero se le resistía, a veces las ideas tardaban en llegar.
En el salón, encendió el ordenador y empezó por uno de los artículos ya esbozados. La inspiración llegó al poco tiempo y se quedó con ella hasta que completó el número de palabras requeridas. Por supuesto aún no estaba terminado: tenía que repasar el texto varias veces antes de entregarlo, pero el borrador estaba listo. Cuando levantó la cabeza del teclado percibió que la claridad había disminuido de forma notoria. Se acerco a la ventana y comprobó como el cielo se había ido encapotando mientras escribía hasta adquirir el tono plomizo que tanto le gustaba. Sonrió. Fue a la cocina, calentó el café y se sirvió otra taza. Cogió la lata de cigarros, se sentó en el sofá y se dispuso a esperar que llegara la lluvia.