Hace tiempo que dejaste de pensar en la Navidad como en una fecha especial: ya no esperabas que llegase, las cenas y comidas familiares te parecían una reunión más y todo el artificio que de pequeña te emocionaba llegó a resultarte tedioso y agobiante. Pasó a ser un día más, como otro cualquiera, ¿por qué habría de ser diferente?
Sin embargo, este año no fue así. Cuando mejor lo pasabas, cuando más alto te reías, miraste hacía ese lado de la mesa y viste que su silla ya no estaba. Nunca volvería a estar.
Fuiste de nuevo consciente de que ya no bailarías con él o le tomarías de la mano, de que ya no te mostraría sus melodías favoritas, ni se sentaría contigo a leer. No llegó a ver cómo te licenciabas, aunque quizás para entonces ya no te recordara.
Ahora tú te acuerdas de él y Moonlight Serenade sigue sonando.
25 de diciembre de 2007
21 de diciembre de 2007
Alegrías infantiles.
Esta mañana decidí echar un vistazo al EP[S] del domingo pasado a través de la plataforma digital de El País, la cual, aunque útil, no termina de convencerme ya que el mero acto de pasar las páginas para mí implica comenzar a disfrutar.
Empecé por el artículo de Maruja Torres, como de costumbre, y una vez más logró conquistarme: cuandó lo terminé recordé mi propia experiencia como lectora.
Aprendí a hablar muy pronto, para desesperación de mis padres que vieron como su hija se convertía en uno de eso crios con curiosidad por todo que no dejan de preguntar "¿Por qué?". Ya no soy una mocosa pero sigo haciendo la misma pregunta siempre que tengo oportunidad, algo de lo que estoy orgullosa, aunque haya a quien le exaspere, pues implica que no he perdido mi hambre de saber.
Recuerdo perfectamente el momento en que mi padre me dijo "¿Sabes una cosa? Todas las respuestas que buscas están en los libros." Supuso toda una revelación y empecé a pensar en "los libros" como en un oráculo, aunque por aquel entonces no sabía ni de la existencia de tal vocablo. Entendí que si aprendía a leer tendría a mi alcance un pequeño gran poder: el conocimiento. Además ya no tendría que preguntar por los textos de los escaparates, señales, tiendas, carteles... ¡Era una solución perfecta!
Con el paso de los años me di cuenta de que no todas las respuestas se encuentran en los libros: algunas las he ido hallando mediante la experiencia, por ensayo-error, y otras aún me son desconocidas. Sin embargo, lo que comenzó como una búsqueda pronto acabó convirtiéndose en un placer y desde entonces hasta ahora nunca he sido capaz de resistirme a la letra impresa.
Empecé por el artículo de Maruja Torres, como de costumbre, y una vez más logró conquistarme: cuandó lo terminé recordé mi propia experiencia como lectora.
Aprendí a hablar muy pronto, para desesperación de mis padres que vieron como su hija se convertía en uno de eso crios con curiosidad por todo que no dejan de preguntar "¿Por qué?". Ya no soy una mocosa pero sigo haciendo la misma pregunta siempre que tengo oportunidad, algo de lo que estoy orgullosa, aunque haya a quien le exaspere, pues implica que no he perdido mi hambre de saber.
Recuerdo perfectamente el momento en que mi padre me dijo "¿Sabes una cosa? Todas las respuestas que buscas están en los libros." Supuso toda una revelación y empecé a pensar en "los libros" como en un oráculo, aunque por aquel entonces no sabía ni de la existencia de tal vocablo. Entendí que si aprendía a leer tendría a mi alcance un pequeño gran poder: el conocimiento. Además ya no tendría que preguntar por los textos de los escaparates, señales, tiendas, carteles... ¡Era una solución perfecta!
Con el paso de los años me di cuenta de que no todas las respuestas se encuentran en los libros: algunas las he ido hallando mediante la experiencia, por ensayo-error, y otras aún me son desconocidas. Sin embargo, lo que comenzó como una búsqueda pronto acabó convirtiéndose en un placer y desde entonces hasta ahora nunca he sido capaz de resistirme a la letra impresa.
19 de diciembre de 2007
17
Se echan sobre mí sin piedad. Me muerden, arañan, pegan patadas y pisotean. Intentan alcanzar mi pelo para tirar de él pero, afortunadamente, no lo consiguen. Suerte que son más bajos que yo, así tampoco llegan a la cara.
Estoy rodeada. Intento zafarme pero se agarran a mis piernas y brazos con tal fuerza que dificultan enormemente mis movimientos.
Consigo liberarme; me abro camino entre la marabunta. Sus agudos gritos taladran mis oídos; no puedo soportarlos. Nada que hacer, necesito las manos para defenderme de sus ataques.
Me digo que no es inmoral, ni mezquino, simplemente actúo en defensa propia, así que comienzo a atacar. Al fin y al cabo sólo son niños de cinco años y puedo con todos.
Estoy rodeada. Intento zafarme pero se agarran a mis piernas y brazos con tal fuerza que dificultan enormemente mis movimientos.
Consigo liberarme; me abro camino entre la marabunta. Sus agudos gritos taladran mis oídos; no puedo soportarlos. Nada que hacer, necesito las manos para defenderme de sus ataques.
Me digo que no es inmoral, ni mezquino, simplemente actúo en defensa propia, así que comienzo a atacar. Al fin y al cabo sólo son niños de cinco años y puedo con todos.
10 de diciembre de 2007
A la luz del día.
"Todo es más claro cuando estás enamorado", John Lennon dixit.
Desconozco hasta qué punto podemos considerar éste como un aforismo de peso. Una gran parte de mí piensa que es sumamente hermoso (y cierto), sin embargo, otra mucho más pequeña lo considera una broma de mal gusto: si es enamorados que lo vemos todo más claro, cuánto habremos de confundirnos cuando no lo estemos...
No sé muy bien hasta qué punto el estado de euforia en el que me encuentro tiene que ver con el cambio operado en mí en las últimas horas, pero el pequeño atisbo de duda que quedaba escondido en lo más hondo se evaporó. Se fue esta mañana, mientras desayunaba con Delibes: paré de leer, levanté la vista del libro y mirando a mi alrededor empecé a pensar, a pensarte. Ya entonces noté algo diferente, pero no fue hasta una hora después, cuando lo dije en voz alta, que me di cuenta de que ya no estaba allí :D
Mi subconsciente me juega malas pasadas de vez en cuando: inventa guiones sin pies ni cabeza y los representa durante el sueño; no son más que eso, meras películas, una ficción. Despierto, la realidad me invade y vuelvo a sonreír.
Ya no temo, sé que no hay por qué tener miedo, confío plenamente. Tengo claro en qué y, sobre todo, en quiénes debo creer.
Desconozco hasta qué punto podemos considerar éste como un aforismo de peso. Una gran parte de mí piensa que es sumamente hermoso (y cierto), sin embargo, otra mucho más pequeña lo considera una broma de mal gusto: si es enamorados que lo vemos todo más claro, cuánto habremos de confundirnos cuando no lo estemos...
No sé muy bien hasta qué punto el estado de euforia en el que me encuentro tiene que ver con el cambio operado en mí en las últimas horas, pero el pequeño atisbo de duda que quedaba escondido en lo más hondo se evaporó. Se fue esta mañana, mientras desayunaba con Delibes: paré de leer, levanté la vista del libro y mirando a mi alrededor empecé a pensar, a pensarte. Ya entonces noté algo diferente, pero no fue hasta una hora después, cuando lo dije en voz alta, que me di cuenta de que ya no estaba allí :D
Mi subconsciente me juega malas pasadas de vez en cuando: inventa guiones sin pies ni cabeza y los representa durante el sueño; no son más que eso, meras películas, una ficción. Despierto, la realidad me invade y vuelvo a sonreír.
Ya no temo, sé que no hay por qué tener miedo, confío plenamente. Tengo claro en qué y, sobre todo, en quiénes debo creer.
5 de diciembre de 2007
Así, con ellos cerrados parece que duele menos, incluso resulta más sencillo aislarse del ruido.
Respiras profunda y lentamente, notando como, poco a poco, se van llenando tus pulmones. Espiras, con la misma lentitud, dejando salir el aire entre tus labios entreabiertos. Intentas mantener el ritmo, recostada en la silla, manos sobre los muslos.
Empiezas a pensar en lo que dijiste... "¡Para! ¡Otra vez no! ¡No quiero volver a eso...!"
Abres los ojos y el dolor aumenta. Acusas la claridad, toda la luz que te rodea. Tu respiración vuelve a ser entrecortada.
Si sólo el teléfono dejara de sonar...
Respiras profunda y lentamente, notando como, poco a poco, se van llenando tus pulmones. Espiras, con la misma lentitud, dejando salir el aire entre tus labios entreabiertos. Intentas mantener el ritmo, recostada en la silla, manos sobre los muslos.
Empiezas a pensar en lo que dijiste... "¡Para! ¡Otra vez no! ¡No quiero volver a eso...!"
Abres los ojos y el dolor aumenta. Acusas la claridad, toda la luz que te rodea. Tu respiración vuelve a ser entrecortada.
Si sólo el teléfono dejara de sonar...
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